El gozo y la congoja, el sosiego y la perturbación, el pavor, la ansiedad, la obsesión, el sobresalto y el insulto, la vergüenza y la timidez, el grito y el lloro, el querer y el malquerer... Desde ellos, de uno en uno o todos de una, empiezo a conocer mis obras cuando las creo. Lo hago estando escondida en mi misma, ahí a solas, ¿lo estoy? En mis manos mi propia inyección de libertad: los habitantes de mis obras y mi deseo de que sean como ellos quieran ser. Ellos muestran lo encubierto, nombran lo innombrable; pensamientos e ideas que yo sin ellos no me atrevería de otro modo a expresar. Juntos hacemos reinar a la contemplación. Lo que parece repulsivo se transforma en encantador; lo adorable, en turbador.
Esas metamorfosis son un jarabe fantástico, uno más para mis muchos yoes. Su composición nos incita con vehemencia al sometimiento de la realidad a objeción, desafiando imposiciones y definiciones.
En el proceso de creación de mis obras escucho con atención a mi voz interior conversando con ellas. Transformo en sus principios activos a las historias que cada una me va contando y, también, las que las varias obras con las que trabajo a un mismo tiempo se van contando unas a otras. Los ingiero y los digiero con mi imaginación, dándola rienda suelta para con su impulso hacer emerger personajes que quieren llegar más allá de lo que se ve en ellos con los ojos. El cuidado y esmero que dedico a sus acabados me permiten acentuar el contraste de sensaciones que transmiten, con él busco despertar entre quienes los ven la curiosidad por acercarse a ellos a conocerlos.
Conmigo y con mis obras está siempre presente la advertencia de que en nuestro propio mundo no vale asustarse: NO VALE LA PENA ASUSTARSE, NO VALE LA PENA ASUSTARSE, NO VALE LA PENA ASUSTARSE.
Dentro de ese mundo el dolor deja de doler y la sonrisa de dar risa. ¡Sonrío! Allí dejo de ser blanca, me salen pecas y no tengo miedo a mirarlas.
¡Mofletes llenos, a mi salud!
Mi nombre es Natuka. Ahí me tenéis: nos tenéis.